Cuando las democracias mueren…

por Óscar Picardo Joao

La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos” (George Bernard Shaw)

Las opciones electorales en Latinoamérica se parecen mucho…; podemos escoger entre dos males y, entre ellos, el menos malo, aunque seguramente ninguno es bueno. Algo así como decidir entre cáncer de páncreas, fiebre hemorrágica de Crimea, virus del Ébola o virus de Marburgo. La muerte es segura…

Los espectros ideológicos se han ampliado hacia modelos absurdos que van desde el anarcocapitalismo, pasando por los neofascismos digitales hasta el reciclaje socialista de mercado. La gente harta de la cultura política de corrupción, nepotismo, clientelismo e impunidad vota por nuevas ofertas desconocidas que no representen nada del pasado aunque sean un salto al vacío.

Los enfoques tradicionales de izquierda y derecha, Estado o mercado, han pasado a un segundo plano aunque en el fondo siempre se tocan las aristas mercantiles de estilos de gobierno de control o libertad, entre Marx y Smith.

Por si fuera poco, en el contexto actual, cada vez hay más colectivos o nuevas minorías e intereses fractales; y el arte del gobierno siempre será lograr el equilibrio entre la oferta estatal y las demandas sociales, y es sumamente complicado satisfacer todos los intereses y necesidades.

Muchos de los estados de bienestar del pasado se han convertido en sistemas parasitarios con aparatos estatales inmensos mientras que otros sistemas políticos solo piensan desde la perspectiva macroeconómica en hacer dinero. En el fondo, hay un problema de base sobre los fines de la persona y del Estado: ¿a qué vinimos a este mundo?, ¿a ser felices o a hacer dinero? Preguntas difíciles de responder.

Estados Unidos de Norteamérica tiene dos opciones de la tercera edad: Biden o Trump. ¿No hay otros candidatos un poco más jóvenes y mejor preparados? Solo pueden escoger entre un misógino racista y alguien al borde de la demencia senil. Argentina se debate entre Milei, un salto al vacío sin saber si llevas paracaídas, y Massa, un ministro que ostenta una de las mayores tasas de inflación, producto del peronismo y el kirchnerismo. La lista puede ser mucho más larga.   

Al parecer es obvio: pocas personas decentes, preparadas y éticas se animan a ingresar a las maquinarias partidarias corruptas de los sistemas políticos, y no nos queda otra opción que escoger entre lo menos peor o el mal menor.

Pero en la casuística aparece Guatemala. En junio de 2023 se publicaba en El País de España: “las elecciones de la rabia silenciosa: Guatemala vota por el menor de los males”. En el artículo se afirmaba: “nueve millones de guatemaltecos están convocados para votar por presidente, este domingo en primera vuelta, tras una campaña marcada por sospechas de fraude y el hartazgo por la corrupción. Sandra Torres, Edmond Mulet y Zury Ríos lideran las encuestas”. Pero al final ganó el menos probable y el más decente: Bernardo Arévalo de León del Movimiento Semilla, devolviendo la esperanza a los electores aunque, como sabemos, la maquinaria corrupta está haciendo hasta lo imposible para que Arévalo no asuma el mandato. Nos hace recordar la sentencia de James Russell Lowell: “La democracia otorga a cada uno de los hombres el derecho a ser el opresor de sí mismo”.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de la Universidad de Harvard publicaron el libro Cómo mueren las democracias (2018). El punto de partida trata sobre la aparición de distintos ejemplos de populismo en diferentes partes del mundo que han hecho salir a la luz una pregunta que nadie se planteaba unos años atrás: ¿están nuestras democracias en peligro? Los profesores, luego de estudiar varias democracias en Europa y Latinoamérica, creen que la respuesta a esa pregunta es que sí.

Cerca de nuestro entorno, tenemos las experiencias de Venezuela y Nicaragua donde se han implantado radicalmente las tres “P” de Moisés Naím: populismo, polarización y posverdad con base a modelos híbridos pseudo revolucionarios cruzados con autoritarismo puro y duro. En El Salvador nos encaminamos hacia ese modelo ya que todo el aparato democrático se centra en una sola persona y eso es sumamente peligroso.

Curiosamente nos encontramos frente a un segundo problema democrático. Al inicio señalamos la anomalía de tener que escoger entre los peores candidatos, pero ahora descubrimos otro fenómeno: ¿qué sucede cuando ese mal candidato electo no quiere dejar el poder?

Efectivamente, cuando un espécimen político llega al poder y descubre las posibilidades y oportunidades de controlar todo, de utilizar recursos sin controles, de favorecerse y favorecer a sus allegados y parientes con recursos públicos y sin mayor esfuerzo, aparece el autoritarismo y esto es un veneno mortal para las democracias terminando en verdaderas neodictaduras. Llegan al poder por la vía electoral, pero luego manipulan lo que sea para evitar la alternabilidad. El poder es un psicotrópico poderoso.

Jorge Luis Borges decía que “la democracia es una superstición muy difundida basada en el abuso de la estadística”. Efectivamente, las democracias nacen, crecen, agonizan y mueren. Solo veamos la poca legitimidad, los altos grados de abstencionismo electoral y los malísimos candidatos que se ofrecen para gobernar. Gente que inclusive no ha podido dirigir su propia vida ni la de su familia. 

Así de mal estamos…; le prestamos el poder a incompetentes que luego no se hacen cargo de sus errores y ni siquiera están dispuestos a devolver el mandato. Embriagados, se apoderan de lo público porque ellos creen que es suyo y los ciudadanos creen que no es de nadie.

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