Eliminar una evaluación educativa tachándola de punitiva es igual a pedir que cerremos los ojos
En general, la sociedad considera que la evaluación educativa es una herramienta que permite “filtrar” a los estudiantes “buenos” de los “malos” y garantizar de esta manera obtener mejores profesionales.
Esto implica, por supuesto, que los “malos” estudiantes están destinados a engrosar las filas de obreros, trabajadores por cuenta propia y sector informal, quienes obtendrán ingresos marcadamente inferiores a los otros.
Nada más alejado de la realidad. En primer lugar, la evaluación educativa no debe entenderse como un tamiz aplicado a los individuos como tal. Una evaluación con criterio técnico debe cumplir básicamente la finalidad de arrojar datos que permitan detectar fallas en el modelo educativo con el objetivo de corregirlas.
En nuestra práctica, las instituciones educativas con el aval del Ministerio de Educación (Mined) descargan el peso de los resultados en el estudiante, llegando a convertirse en una competencia por salir “mejor” como instituciones o por sector (público vs privado).
Por otro lado, las autoridades del aparato ministerial no tienen la voluntad de asumir la responsabilidad que les corresponde con los resultados que se han venido dando en la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes para Egresados de Educación Media (PAES), los cuales nunca han sobrepasado el rango de ponderación 5-6.
Resultados de la PAES
Bajo el análisis de los resultados (sin tomar en consideración los resultados de la prueba Avanzo), se infiere que, desde 1997 hasta 2019, el sistema educativo ha estado promoviendo bachilleres que únicamente han alcanzado el 53.2% de las competencias u objetivos trazados en el programa de estudios. Esto ubica a estos jóvenes en un nivel cognitivo de entre quinto y sexto grado de educación básica, sin tomar en consideración su desarrollo emocional o social.
Hay que insistir en que la evaluación únicamente mide el grado de conocimiento adquirido generalmente vía memoria y repetición, ya que no contempla (ni existe capacidad instalada) medir las condiciones socioafectivas de los estudiantes en este nivel.
La pregunta entonces es: ¿Son los estudiantes los deficientes o es el sistema el que tiene fallas estructurales y de origen?
Si durante 23 años las autoridades ministeriales han detectado estos resultados, parece inaudito que no se hayan aplicado los correctivos necesarios dentro del modelo educativo para eliminar las trabas y errores, y alcanzar mejores resultados.
Teóricamente, en educación, las evaluaciones son continuas y constantes desde el preescolar hasta los estudios superiores. Al grupo de niños que ingresa a primer grado se le aplica una evaluación de entrada para detectar el nivel en el cual se encuentra de cara al aprendizaje de la lectoescritura. Si suponemos que, de este grupo, un 20% cursó preparatoria, entonces el 80% restante comienza desde cero.
Técnicamente, el docente de primer grado debe realizar una serie de acciones que lleven al grupo a compactarse y obtener promedios aceptables que no resulten discriminatorios para el 80%. Significa que orientará y motivará a quienes más lo necesiten, quizá apoyándose en los más adelantados. Al final del año lectivo se espera que el grupo obtenga un promedio del 70% de los indicadores de logro propuestos como mínimo.
El docente de segundo grado debe retomar esa evaluación de salida que le indica que dicho grupo lleva un déficit del 30% en sus indicadores de logro. De nuevo realizará una serie de acciones que le permitan rescatar el déficit de primer grado y compactar lo más posible los promedios evaluativos del segundo grado. Así sucesivamente hasta completar los niveles de escolaridad.
En la práctica, esto no sucede. Los vacíos entre grado y grado, y entre niveles nunca son superados y el resultado final es un estudiante sin una preparación sólida que se enfrenta a una evaluación para la cual solo le queda memorizar las pruebas resueltas y jugar al Tin Marín con las opciones múltiples que la PAES le ofrece. Si bien es cierto que hay dieces, también lo es que los promedios no mienten.
Por último, con la prueba Avanzo se observa un salto cuantitativo pronunciado y del cual aún no se pueden hacer análisis concienzudos hasta ver si dichos resultados son los correctos, conocer si las pruebas fueron elaboradas con criterio técnico positivo o si solamente se trata de mostrar datos que no hagan ver mal a los encargados de turno.