“¿Por qué si hay infinitas estrellas el cielo es negro?” (Heinrich Wilhelm Olbers)
Aclaremos conceptos: El opositor es un partidario de la oposición, alguien que busca el poder y se mueve en los escenarios partidarios como antagonista y con intereses ideológicos. El pensamiento crítico se entiende como la capacidad de analizar y evaluar la consistencia de los razonamientos, en especial, de aquellas afirmaciones que la sociedad acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana. Una cosa es ser opositor y otra ser crítico: lo primero es un ejercicio político, lo segundo es más del campo académico. Por último: una paradoja es una idea aparentemente contradictoria u opuesta a lo que se considera verdadero a la opinión general.
Academia y política son más o menos como el agua y el aceite: pueden estar juntos, pero no revueltos. Las ciencias y la academia suelen investigar y vigilar la política como objeto de estudio. La clase política, en teoría, debería dedicarse a los oficios de la gobernabilidad, diseñando soluciones para resolver los problemas de la polis, pero suele hacer otras cosas: corrupción, nepotismo, compadrazgo, clientelismo, etcétera.
No soy encuestador, mucho menos el más destacado y menos aún de la oposición; quizás, sí soy crítico de la estupidez, del absurdo o de la ignorancia. Por el contrario, soy educador y vocero de una casa encuestadora de una universidad. No me interesa vivir de los fondos públicos como un parásito, ni ser parte de los sistemas de corrupción y nunca he buscado participar en política partidaria como modo de vida. Mi trabajo es hacer y administrar ciencia; a veces, eso implica trasladar la opinión de los ciudadanos mediante la recolección de datos utilizando un método científico confiable, válido y estadísticamente riguroso. A través de esta herramienta, conocemos y comprendemos las paradojas de la política y del poder.
Los políticos deberían hacer un alto en el camino, pensar de dónde vienen, hacia dónde se dirigen, reflexionar sobre lo que escribían o decían antes y lo que escriben o dicen ahora. Generalmente cambian, no son los mismos. Sus ideas políticas se deforman. Construyen un alucinante proceso, llevando a las naciones hacia lugares insospechables. Casos ejemplificantes y espejos sobran, sino volteemos a ver a Nicaragua.
A veces, los políticos están confundidos y, es duro decirlo, pero sus éxitos -que los hay- van empaquetados con fracasos, violencia, dolor y venganza. Tarde o temprano tienen que rendir cuentas. ¿No se lo dirán sus asesores…?
La clase política contemporánea no tiene polo a tierra. No escucha a nadie, se cree superior y trascendente; crea ambientes de miedo, terror y superioridad para controlar. Con sus armas digitales amenaza e insulta, define a los buenos y a los malos de la historia y, además, pretende cambiar la historia.
Las mayorías populares están encantadas con las nuevas narrativas y la posverdad ante la frustración política, como lo vimos en diversos escenarios internacionales. Muchos autócratas con su maquinaria de propaganda se hacen populares y creen tener licencia para hacer cualquier cosa.
La mitad de sus seguidores y adeptos lo admira, la otra mitad le tiene miedo. Logran instalar un fenómeno de culto a su personalidad. Todo su gabinete y asesores crean sistemas litúrgicos de adoración, para que sean punto de llegada y de partida de todo lo que pasa en la política local.
Tratan con desprecio y desdén a los académicos, profesionales, organismos internacionales, diplomáticos, opositores y religiosos, aplicando las reglas de bullying a quien no los admira y siguiendo el manual de ocurrencias inimaginables.
El poder puede ser una enfermedad neurológica peligrosa, que sólo se cura dialogando, leyendo, escuchando, respetando y cediendo ante las ideas diferentes. De no tratarse a tiempo, esta condición cognitiva termina en una especie de metástasis de pensamientos o trastorno de superioridad. Sabemos muy bien que los humanos somos simplemente humanos, a veces con un poco de buena o de mala suerte, de mejores o peores condiciones de vida, ricos o pobres, poderosos o simples ciudadanos, pero, al final, humanos y con un mismo destino.
El poder político es para servir y no para humillar, para ayudar y no para destruir; es una herramienta de la democracia y no un fin en sí mismo. El poder puede utilizarse para ser recordado como un estadista o como un tirano. Cada quien decide su futuro y su destino. Algunos ya decidieron como utilizarlo.
La independencia de poderes, el Estado de derecho, las constituciones, el marco legal o imperio de la ley, los contrapesos, la alternancia del poder y la sociedad civil organizada son herramientas de control de poder. La historia nos ha enseñado que muchos gobernantes pierden sus estribos, se acostumbran a una vida de lujos, privilegios y corrupción, para luego ocultar y reservar toda la información y no querer entregar el poder. Utilizan el sistema democrático para luego construir una dictadura.
Más de la mitad de las promesas electorales no las suelen cumplir, sobre todo las más importantes para el futuro de la gente como las de la educación. Algunas cosas salen bien; otras, regular y, algunas, muy mal, pero las logran maquillar. Al fin y al cabo, para eso existen los sistemas de comunicación de crisis y las cortinas de humo.
Actualmente, en un marco de transformación digital, los políticos empacan todo en un aparato de propaganda impresionante. Cuentan con sistemas de comunicación y marketing muy sofisticados, acuerpados por un ejército de troles, influencers y youtubers que repiten, replican, magnifican y amplifican todo lo que dicen y hacen a través de las diversas redes sociales.
¿Saben lo que sí dicen las encuestas? Que la gente con alta escolaridad y mejor nivel cultural no cree ni admira a los gobernantes corruptos, salvo algunos que están acostumbrados a vivir de los fondos públicos o que pueden hacer negocios con el gobierno. La gente pensante no los respeta y otros le tienen miedo. Esto sí es triste: la relación es de miedo o interés, y no de convicción. Una tradición marinera dice que cuando las ratas abandonan el barco es manera de anticipar la catástrofe que se avecina…
Óscar Picardo
opicardo@uoc.edu
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